miércoles, 11 de mayo de 2011

Maternal

Tenía pensado haber posteado esto para el día de la madre, ya que me pareció adecuado para esa fecha, pero no estuve en casa y se me pasó. Así que decidí dejarlo aparcado para hoy. ¿Por qué precisamente hoy? Porque hoy quizá no es el día de la madre, pero es el día de MI madre. Hoy cumple 53 años, y nadie que la conociera en persona lo diría.

El relato en sí no está basado en ninguna experiencia personal, ni nada de eso, ni habla en ningún momento sobre mi madre. Pero sé que le gusta leer lo que escribo, así que esto está dedicado a ella.

Sin más, os dejo con la historia.


«Cuando era niña le gustaba pasear de la mano con su madre por el río que estaba en el bosque al lado de casa. Había varios riachuelos que desembocaban en él y pasaban las tardes recorriéndolos por el bosque, tratando de averiguar de dónde nacía cada uno. Le parecía un viaje muy interesante a su corta edad y siempre encontraban lugares nuevos por explorar.

En uno de esos paseos se desviaron del camino que seguía el río, adentrándose más entre la frondosidad de los árboles, y dieron con un claro más o menos grande. Los rayos del sol se colaban por entre las hojas de los árboles, tan altos que a penas se podía vislumbrar el cielo. Decidieron que el descubrimiento de ese claro quedaría como un secreto entre ambas y prometieron no contarlo a nadie más. Iban allí los domingos por la mañana y se tumbaban en la hierba viendo pasar las nubes a lo lejos, tratando de adivinar sus formas. Escuchaban el canto de los pájaros que sobrevolaban el aire por encima de sus cabezas y se divertían inventándose conversaciones imaginarias entre ellos.

Cada semana sin excepción iban allí. Para ellas, más que una costumbre, acabó convirtiéndose en una especie de ritual; una tradición.

Su padre y su hermano mayor les preguntaban a veces qué sitio era ese tan interesante para que no dejasen de ir, semana sí y la otra también. Ellas se miraban a los ojos y reían con complicidad, asegurando que era un secreto y se trataba de “cosas de chicas”.

Cuando tenía 11 años su madre murió dejándola con su padre y su hermano. Estaba enfadada con ella. Le había prometido que estarían siempre juntas y no lo había cumplido. Se había ido y no volvería más. Así que decidió no volver a pisar ese claro que le recordaba tanto a ella.

Y no volvió a hacerlo. Hasta ahora.

Hacía ya más de quince años que su madre se había marchado y ella no había vuelto a adentrarse en su claro. El de su madre y ella. Al principio fue por enfado hacia su progenitora, por haberla dejado sola. Con el tiempo simplemente no quiso volver a pasar por allí ella sola.

Ahora tenía veintiséis años y sentía la necesidad de volver a ese lugar después de tanto tiempo.

Se adentró en el bosque desde la que antiguamente fue su casa, tratando de orientarse. No le costó mucho, el sitio no había cambiado mucho en quince años. Así que se puso en marcha.

Tardó menos de lo que pensaba en llegar. Sus percepciones del tiempo cuando era niña eran mucho más lentas que ahora.

Se quedó en el borde de la línea de árboles observando. Era primavera y flores de todo tipo decoraban su claro. Distintos tipos de pájaros sobrevolaban el cielo completamente despejado. Realmente estaba todo tal y como recordaba. Dio un par de pasos alejándose de la sombra que proyectaban los árboles a su alrededor.

Paró un momento sintiendo una ligera brisa que le golpeaba la cara. Sonrió y siguió caminando hasta situarse en el centro. Cerró los ojos dejando que el viento jugara con su pelo. Levantó una de sus manos y se acarició el vientre ligeramente abultado, con suavidad.

-Algún día cuando tú nazcas te traeré aquí como hacía mi madre conmigo.

Notó un movimiento en su interior que la hizo sonreír.

-Estoy segura de que serás una niña- susurró al viento-, ¿verdad, mamá?»

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